A la final, por la puerta grande
Así debía ser por derecho de conquista y aptitudes individuales. El equipo nacional liberó sus ataduras y se despachó con esa goleada anunciada una y otra vez, pero, nunca antes plasmada como la del último martes en Concepción.
No olvidaremos ese segundo tiempo jugado a ritmo de campeón y con los caminos abiertos por la lucidez de Lionel Messi, autor intelectual de casi todos los goles a pesar de no poder anotar ninguno con su propia firma. No parece verosímil que después de semejante gesta personal y un resultado abrumador, poco frecuente para estas instancias, no aparezca su nombre en la placa final; sin embargo, son tiempos sinuosos para el genio del Barcelona, que a pesar de transitar cada uno de los partidos con la albiceleste con gran hombría y generosidad, paradójicamente, se lo nota alejado de situaciones que conoce como nadie en el planeta fútbol.
Sus goles siguen dormidos, pero su impronta no sólo está intacta, ha madurado, y por eso, no debería sorprender la influencia de su juego en casi todas las jugadas de ataque del equipo.
No es saludable que se resigne a este circunstancial veredicto del destino; Messi tiene todo lo que un futbolista desea tener y sin embargo, todavía no logra aprobar esa materia pendiente; mientras tanto, atraviesa esta etapa con hidalguía y enorme generosidad hacia el mundo que lo rodea.
Esa cuenta que ante Paraguay llegó hasta 6, tiene su firma y forma parte de una regla que el jugador acepta y de la que saca su provecho despertando entre los seguidores de la selección nacional la misma admiración que cuando sus goles son noticia. Es interesante, por lo tanto, analizar este fenómeno despojándonos de la tendencia a sospechar de su mala estrella y en todo caso, trocarla por otra que no lleve a disfrutar de un tipo distinto.
Ser contemporáneos de Messi es algo que no a cualquiera le ha pasado en la historia del fútbol mundial.
EL ESPIRITU DE
MARCELO BIELSA
Esta nueva edición de la Copa América, entre otros aspectos, será recordada por la presencia de entrenadores argentinos en la mitad de los equipos que la disputaron y si bien, era probable un escenario de final entre técnicos compatriotas, no deja de provocar admiración y curiosidad a la vez que, lo sean, de una misma matriz formativa.
Gerardo Martino y Jorge Sampaoli, son desprendimientos filosóficos de Marcelo Bielsa, y aún localizando en ellos los lógicos matices, sus ADN los conducen de manera inequívoca al mismo progenitor.
La final que se va a disputar el próximo sábado en el estadio Nacional de Santiago será para el entrenador del combinado nacional, su segunda experiencia consecutiva en este tipo de competencia. Hace 4 años, en Buenos Aires, dirigiendo a la selección de Paraguay, conseguía el halago de acceder al último partido, cayendo en esa oportunidad ante los uruguayos, quedando muy cerca de la gloria; un privilegio que se repetirá acaso de una manera más lógica por conducir el plantel más exquisito de este tiempo, en la final frente a los chilenos.
En el otro rincón, estará Jorge Sampaoli, otro integrante del selecto grupo que ha abrevado sus mejores conceptos en la escuela del "Loco" Bielsa, del que sin dudas se mimetiza hasta en el modo de transitar su espacio técnico al borde de la obsesión.
Sampaoli conquistó a los chilenos luego de una gran campaña con la U en 2011, donde, además de arrasar con los torneos locales, obtuvo la Copa Sudamericana y poco tiempo después, tomó la posta que le entregó Claudio Borghi en la selección trasandina para sumarle a ese palmarés, la clasificación al Mundial de Brasil.
La intensidad de juego de su equipo y el apego al protagonismo, denuncian al maestro. En cada manifestación de La Roja está la mano de Marcelo Bielsa, evidentemente un antes y un después en la historia del fútbol de este país, ya que introdujo a partir de 2007 y durante 4 años, valores vinculados a la disciplina dentro y fuera de un campo de juego que repercutió favorablemente hasta estos días.
Ambos entrenadores, cortados por la misma tijera y destacados internacionalmente, se encontrarán cara a cara en la gran final; uno, para recuperar la copa perdida en Guayaquil hace 22 años y de esa forma equiparar en logros al fútbol uruguayo que levantó la Copa América en 15 oportunidades, y el otro, para llevar en este caso de los anfitriones, a ganarla por primera vez, un acontecimiento inédito no sólo en este centenario torneo, ya que Chile tampoco conoce de episodios de esta naturaleza a lo largo de su participación en diversos campeonatos internacionales.
Es decir, una expectativa inusual aquí y allá con un común denominador. Marcelo Bielsa estará presente el sábado en todas las citas y no está mal, ha sido una bisagra para los dos seleccionados en los tiempos modernos.